Una de las preguntas más enigmáticas del Evangelio se presenta este domingo: "¿Cuándo venga el Hijo del Hombre, acaso, encontrará fe sobre la tierra?"
Pablo VI, en sus famosos diálogos con Jean Guitón, afirmaba que para él constituía una preocupación constante: "Yo me pregunto si estos tiempos no son los aludidos en el interrogante", y agregaba: "[...] a veces se niegan verdades importantes de fe y episcopados enteros callan': Incluso afirmó: "[...] puede ser que un tipo de pensamiento no católico llegue a predominar en la Iglesia, pero por fuerte que sea, nunca será el pensamiento de la Iglesia". Sin embargo, en tono esperanzador concluía; "[...] es necesario que subsistan pequeños restos que, por pequeños que sean, desde allí podrá reencenderse la hoguera de la verdad y de la caridad". Con el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York, o con ocasión de muchas catástrofes naturales, muchos han intentado ver en ello el cumplimiento de signos apocalípticos y no han advertido que los cimientos de la civilización están siendo sacudidos y derrumbados, en instancias tanto más catastróficas que las dos torres.
Pensemos en el derrumbe de la familia o en lo que nos hada pensar Pablo VI precedentemente. Pero como el epílogo es feliz, la solución está en nuestras manos y en la del Evangelio de Hoy: La oracion. En la primera parte Jesús alaba la actitud' de una mujer insistente, quien logró que un juez desaprensivo le hiciera justicia. Aunque parezca increíble, muchas cosas están mal porque no rezamos, o rezamos mal. Ún ejemplo de la fuerza de la oración lo constituye Moisés, en el Antiguo Testámento: cuando levantaba las manos las tropas comenzaban a ganar, por eso, cuando cansado las bajaba, venían otros y se las sostenían. Santa Mónica logró la conversióh del gran san Agustín con sus lágrimas y rezos. Y nosotros tenemos que hacer como si todo dependiese de nuestro obrar y rezar como si todo dependiera de nuestro rezo. En Caná, Maria, con sus ruegos, adelantó la acción salvífica de Cristo, y en Fátima, de cuya aparición han pasado ya 90 años, según el tercer secreto, anuló al menos temporariamente los decretos de la Justicia divina sobre la humanidad.
Pablo VI, en sus famosos diálogos con Jean Guitón, afirmaba que para él constituía una preocupación constante: "Yo me pregunto si estos tiempos no son los aludidos en el interrogante", y agregaba: "[...] a veces se niegan verdades importantes de fe y episcopados enteros callan': Incluso afirmó: "[...] puede ser que un tipo de pensamiento no católico llegue a predominar en la Iglesia, pero por fuerte que sea, nunca será el pensamiento de la Iglesia". Sin embargo, en tono esperanzador concluía; "[...] es necesario que subsistan pequeños restos que, por pequeños que sean, desde allí podrá reencenderse la hoguera de la verdad y de la caridad". Con el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York, o con ocasión de muchas catástrofes naturales, muchos han intentado ver en ello el cumplimiento de signos apocalípticos y no han advertido que los cimientos de la civilización están siendo sacudidos y derrumbados, en instancias tanto más catastróficas que las dos torres.
Pensemos en el derrumbe de la familia o en lo que nos hada pensar Pablo VI precedentemente. Pero como el epílogo es feliz, la solución está en nuestras manos y en la del Evangelio de Hoy: La oracion. En la primera parte Jesús alaba la actitud' de una mujer insistente, quien logró que un juez desaprensivo le hiciera justicia. Aunque parezca increíble, muchas cosas están mal porque no rezamos, o rezamos mal. Ún ejemplo de la fuerza de la oración lo constituye Moisés, en el Antiguo Testámento: cuando levantaba las manos las tropas comenzaban a ganar, por eso, cuando cansado las bajaba, venían otros y se las sostenían. Santa Mónica logró la conversióh del gran san Agustín con sus lágrimas y rezos. Y nosotros tenemos que hacer como si todo dependiese de nuestro obrar y rezar como si todo dependiera de nuestro rezo. En Caná, Maria, con sus ruegos, adelantó la acción salvífica de Cristo, y en Fátima, de cuya aparición han pasado ya 90 años, según el tercer secreto, anuló al menos temporariamente los decretos de la Justicia divina sobre la humanidad.
fuente: Cristo Hoy
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